La anfetamina que conocemos como tal en la actualidad fue denominada por su creador como “fenilisopropilamina” y surgió de la mano del químico rumano L. Edeleano en el año 1887.
El origen de la anfetamina llegó gracias a la efedrina, sustancia de la que deriva y a partir de la cuál fue sintetizada por primera vez el año mencionado anteriormente. En 1919 se sintetizó la metanfetamina y en 1944 el metilfenidato, sustancias que llegarían al mercado en 1938 y en 1954, respectivamente.
Sin embargo, no fue hasta el año 1933 cuando se descubrieron las acciones que ejercía esta sustancia sobre el sistema nervioso central y cuando, por fin, se la pudo conocer completamente.
Cabe mencionar que los usos médicos de la anfetamina se comenzaron a utilizar en los años veinte, años en los que todavía no se habían conocido los efectos sobre el sistema nervioso central. Durante esta época, se utilizaba la anfetamina, sobre todo, en militares de las fuerzas aéreas con el objetivo de combatir el cansancio.
Más tarde, la anfetamina se popularizó como tratamiento adelgazante y se empezó a incorporar en la vida de muchas personas que sufrían de obesidad. Además, se publicó una lista con más de 39 enfermedades o afecciones para las que se recomendaba la incorporación de la anfetamina en el tratamiento. Es el caso de la narcolepsia, la depresión, la hiperactividad en niños y adultos y, por supuesto, la obesidad.
Evidentemente, la eliminación del cansancio y la fuente de energía que suponía el consumo de anfetamina, derivó en que deportistas de élite inauguraran el término “dóping” administrando esta sustancia a su organismo pero muchos otros lo hicieron por los efectos intelectuales que producía su consumo, derivando en lo que conocemos como dóping cognitivo.
A día de hoy, se sigue utilizando la anfetamina con objetivos médicos y farmacológicos pero, junto a un gran número de sustancias derivadas de la molécula de la anfetamina, se ha convertido en una de las drogas de diseño más popular entre la población.